Me
encontraba con mi maestro observando el paisaje del valle.
Un hombre
se acercó a una zarza, levantó su mano para tocarla y hubo un “¡Oh!” en su boca
y un rubí en su dedo. Había tocado la espina y ésta lo lastimó. El hombre
limpió la sangre y, mirando la zarza, dijo:
-“Te
perdono”.
Yo admiré y
bendije a aquel hombre que tuvo el dulce don del perdón.
Sucedió
luego que otro hombre se detuvo cerca de la misma zarza, también levantó la
mano para tocarla y la zarza lo lastimó. Este hombre limpió su sangre y se
detuvo allí mirando el arbusto con amor, pero no dijo: “Te perdono”.
Yo pensé:
“El primer hombre era un santo: él sabía cómo perdonar esto”.
Pero mi
maestro me interrumpió:
-Tú eres
quien no entiende.
-¿Cómo
maestro? El primer hombre es un santo porque cuando fue necesario, perdonó. ¿Y
el segundo?
-Él es más
santo porque no tuvo que perdonar.
Como yo
estaba perplejo y mis ojos mostraban falta de entendimiento, el maestro
explicó:
-La espina
hiere porque es espina. Aún si lo quisiera, no podría ser capaz de dar
fragancia. El primer hombre sintió dolor, y dado que no sabía, pensó que la
espina fue culpable y se sintió ofendido, pero como su corazón estaba limpio,
él la perdonó. El segundo hombre sintió el dolor, pero sabía que todas las espinas
lastiman porque así es su naturaleza. Como no había, pues, razón para perdonar,
él no perdonó.
Desde aquel
día yo sufro menos cuando los cardos me lastiman. Mis heridas duelen pero como
mi alma sabe, no hay ofensa. Para mi no hay nada que perdonar y, en cambio, un
piadoso amor fluye hacia la espina que no es una flor, y el dolor se transforma
en aprendizaje porque aprendí a comprender en lugar de perdonar.
(Anónimo).
4 comentarios:
Muy bueno. Un beso.
Esta bueno no?
Muy lindo, no lo conocía.
La frase del final resume perfectamente la idea. Un beso!
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