Cuenta la leyenda que en un planeta no muy lejano, el amor era tan poderoso que lograba condensar las más hermosas obras de arte en seres hechos de luz. Cada ser estaba compuesto de infinitas partículas de todo y de nada, que vibraban en el espacio y jugaban libremente con el mundo que los rodeaba.
Pero un día, el amor quiso jugar a esconderse como el sol se esconde por unos instantes detrás de las nubes. Y los seres, asustados y decepcionados por el abandono, pensaron que el amor dolía y debían protegerse de él por si algún día volvía. Así, cada uno confeccionó su propio traje dentro del cual decidió vivir el resto de su vida. Y aunque el Universo siguiera llamándolos a jugar, crear y recrearse, los seres desconfiaron de sus señales y se volvieron cada vez más distantes.
Al bloquear los llamados de su naturaleza, no pasó mucho tiempo hasta que creyeron ser sus propios trajes. Los adornaban. Los moldeaban, les ponían nombres, etiquetas, pensamientos, experiencias, historias, y sobre todo, los llenaban de cicatrices que no sanaban. Empezaron a juzgarse por lo que veían, olvidándose de que vivían dentro de una gigante bola de espejos, y que el paisaje dependía de ellos. Los trajes llegaron a cobrar tanta vida que controlaban lo que decían, dictaban sus acciones y ocultaban lo que sentían.
Lo que ellos no sabían era que los trajes no eran impermeables, en realidad no estaban protegiéndose de nada; y aunque todos aparentaran ser distintos, solo hacía falta conocer lo que había dentro de uno de ellos para entender que en realidad, no había nada que los diferenciara.
Fueron aquellos que estaban perdidamente enamorados los primeros que finalmente se agotaron de cargar con estas pesadas y complicadas identidades, y comenzaron a buscar qué era lo que se escondía detrás. Se arriesgaron a que no hubiera amor, ya que de todas formas hacía rato que no lo veían, y decidieron confiar en lo único que se veía a través de los disfraces: en los espejos del alma. Esa pequeñísima chispa de luz que llegaban a ver en las pupilas de sus amados cuando los miraban. Después de todo, ya sabían que el resto de las cosas eran puras mentiras, y que estar libres y tal vez lastimados, no era tan malo como estar esclavizados y reprimidos. ¿Qué más había que perder?
Entonces, según dicen, cuando los seres se fijaron únicamente en las pequeñas chispas, instantáneamente se encontraron y se rieron. Se dieron cuenta que se habían estado protegiendo de aquello de lo cual estaban hechos. Comprendieron de qué se había tratado todo esto, y el Universo les dio la bienvenida nuevamente, contento.
El amor jamás se había ido, sólo estaba escondido adentro.
3 comentarios:
Que lindoooooo :-D
"Después de todo, ya sabían que el resto de las cosas eran puras mentiras, y que estar libres y tal vez lastimados, no era tan malo como estar esclavizados y reprimidos. ¿Qué más había que perder?" Interesante, MUY interesante... - Te dejo otra para que la pienses "Ser libre no es hacer todo lo que quieras, porque sería casi imposible, ser libre es no hacer lo que no querés hacer".
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